viernes, 24 de abril de 2009

Aferrarse a lo conocido

Centímetro a centímetro, palmo a palmo, el caballero escaló, con los dedos ensangrentados por tener que aferrarse a las afiladas rocas. Cuando ya casi había llegado a la cima, se encontró con un canto rodado que bloqueaba su camino. Había una inscripción sobre él: aunque este Universo poseo, nada poseo, pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido. El caballero reflexionó sobre algunas de las cosas “conocidas” a las que se había aferrado durante toda su vida. Estaba su identidad - quién creía que era y que no era - Estaban sus creencias - aquello que él pensaba que era verdad y lo que consideraba falso - Y estaban sus juicios - las cosas que tenía por buenas y aquellas que consideraba malas. El caballero se sentía demasiado exhausto para superar el último obstáculo. Parecía imposible descifrar la inscripción y estar colgado de la pared de la montaña al mismo tiempo, pero sabía que debía intentarlo.
Inspiró profundamente, lo que le aclaró un poco la mente. Leyó la última parte de la inscripción en voz alta: “Pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido”.
El caballero miró por encima de su hombro y vio el abismo aparentemente infinito que había debajo de él, parecía tener alternativa. Perdía fuerza en cada segundo que pasaba y la sangre brotaba de sus dedos allí donde se aferraban a la roca. Pensando que moriría, se dejó ir y se precipitó al abismo, a la profundidad infinita de sus recuerdos.
Recordó todas las cosas de su vida de las que había culpado a su madre, a su padre, a sus profesores, a su mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los demás. A medida que caía en el vacío, fue desprendiéndose de todos los juicios que había hecho contra ellos.
Fue cayendo cada vez más rápidamente, vertiginosamente, mientras su mente descendía hacia su corazón. Luego, por primera vez en su vida, contempló su vida con claridad, sin juzgar y sin excusarse. En ese instante, aceptó toda la responsabilidad por su vida, por la influencia que la gente tenía sobre ella, y por los acontecimientos que le habían dado forma.
A partir de ese momento, fuera de si mismo, nunca más culparía a nada ni a nadie de todos los errores y desgracias. El reconocimiento de que él era la causa, no el efecto, le dio una nueva sensación de poder. Ya no tenía miedo. Le sobrevino una desconocida sensación de calma y algo muy extraño le sucedió: ¡empezó a caer hacia arriba! ¡Sí, parecía imposible, pero caía hacia arriba, surgiendo del abismo! Al mismo tiempo, se seguía sintiendo conectado con lo más profundo de él, con el centro de la Tierra. Continuó cayendo hacia arriba, sabiendo que estaba unido al cielo y la Tierra.
Repentinamente, dejó de caer y se encontró de pie en la cima de la montaña y comprendió el significado de la inscripción de la roca. Había soltado todo aquello que había temido y todo aquello que había sabido y poseído. Su voluntad de abarcar lo desconocido le había liberado. Ahora el universo era suyo, para ser experimentado y disfrutado.
(extracto del libro) El caballero de la armadura oxidada
Robert Fisher

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