jueves, 2 de junio de 2011

Ayúdame a Mirar.

Nací en Mar del Plata, ¿será por eso que me fascina el mar? ¿o acaso me atre el misterio que en sus profundidades esconde? La energía que liberan las olas en la rompiente, en fín un sin número de razones, que para mí, hace que no haya una experiencia tan movilizante que observar el mar.

Esto me trae la imagen de Diego, un niño que no conocía el mar y cuya historia relata el escritor Eduardo Galeano.

Diego no conocía el mar..

Su padre, lo llevó a descubrirlo. Viajaron al sur.

El mar estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena,
después de mucho caminar, el mar estalló ante sus ojos.
Y fue tanta la inmesidad del mar, y tanto su fulgor,
que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar,
temblando, tartamudeando,
pidió a su padre:

Papá ...... ¡Ayúdame a Mirar!

Cuantas veces, ante la creencia que tenemos la verdad, no vemos más alla de nuestras narices. Discusiones, enfrentamientos, conflictos, enojos, distanciamientos, malestares, etc. por creernos que lo que estamos viendo es lo que realmente esta pasando.
Si ante cualquier situación que nos genera conflicto, nos permitimos un momento de lucidez, ese momento que dura tan solo un instante, tal vez tengamos la posibilidad, al igual que Diego, de pedirle a la otra persona que nos ayude a mirar.
Tal vez descubramos que hemos encontrado una nueva forma de mirar lo mismo que esta viendo todo el mundo, y percibirlo de manera diferente.

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